miércoles, 28 de octubre de 2009

SWEET DISPOSABLE (DULCE DESECHABLE)

Un proyecto de Emiliano Godoy


Recuerdo haber recibido hace unos años un correo electrónico que contenía un texto de cierto escritor chileno desconocido para mí. El texto hablaba de cómo, en su opinión, la tradición del producto desechable se había convertido en un fenómeno cultural que afecta no sólo al equilibrio ambiental, sino al equilibrio emocional del individuo. Decía que la relación que mantenemos con muchos de nuestros consumibles a los que nos hemos acostumbrado a usar y tirar, se ha trasladado a otro tipo de relaciones como las amistosas y las amorosas. Propone que actualmente resolvemos cualquier tipo de falla con el acto de desechar algo y adquirir algo nuevo, cambiar nuestros calcetines agujerados por nuevos calcetines, a nuestras incómodas amistades por nuevos amigos, a nuestras complicadas parejas por nuevas parejas. Recuerda que en el pasado la gente, quizá por el valor emocional que le imprimía a los objetos o por una estrechez de los mercados, se aferraba a sus pertenencias y las cuidaba y remendaba hasta el punto de poder heredarlas a sus descendientes. En la actualidad la idea de heredar a nuestros hijos un reproductor de música casero o un teléfono móvil es completamente absurda.

Por otro lado, a menudo escuchamos la frase “ya no se hacen las cosas como antes”, refiriéndose el deterioro en la calidad y muchas veces a la corta vida de la mayoría de los productos ofrecidos por el mercado contemporáneo, que obligan al consumidor a adquirir los mismos más de una vez en breves lapsos.  Una de las críticas más relevantes que concierne a este tipo de producción, es la absurda cantidad de desechos que se generan debido a esta necesidad de renovar constantemente nuestros consumibles cotidianos. Este problema atañe también al acelerado desarrollo de nuevas tecnologías, que, incompatibles con sus predecesoras, condenan a estas últimas a una muerte prematura.

Opino que ya no estamos en un momento en el que sea de utilidad el enjuiciar y condenar la práctica del consumo de productos desechables. En todo caso sería de más provecho analizar esta práctica y reconsiderar aspectos clave que puedan tener un efecto importante a nivel social y ambiental. Por ejemplo, ¿no es irónico que muchos de los productos que, desde su concepción son diseñados para ser desechados después de usarse sólo una vez, como algunos vasos, platos y empaques, se fabriquen de un material que es prácticamente indestructible como el unicel? Muchos de los productos desechables no sólo se acumulan en nuestros campos, y al contrario de fertilizarlos los contaminan, sino que además se producen a partir de materias primas no renovables como el petróleo.

A este respecto, el diseñador industrial mexicano Emiliano Godoy propone una idea desconcertante pero nada absurda, según mi opinión: en lugar de procurar que los productos tengan una larga vida evitando ser desechados, el diseño de los mismos debe implicar su carácter desechable. Y cita en la presentación de su proyecto la frase popular mexicana: “al fin que para morir nacemos”. Partiendo de este principio, e inspirado en un objeto relacionado con la muerte y arraigado también en una tradición de la cultura popular mexicana, la calaverita de azúcar, propone una colección de objetos de uso cotidiano llamada “Sweet disposable”. La idea se inspira en un ciclo que el diseñador William McDonough y el químico Michael Braungart ilustran en su libro Cradle to Cradle (De cuna a cuna) con un árbol de limones. Observan que el árbol producirá cientos de limones, que como todas las frutas, tienen la función de asegurar la reproducción de la planta al transportar y proteger las semillas que le podrían dar nacimiento. Sin embargo, de esos cientos de limones, sólo un par llegarán a germinar y producir un árbol. Aún así, nadie vería al resto de los limones como un inútil residuo de este proceso pues se reintegrarán a la naturaleza convirtiéndose en alimento de algún animal, o biodegradándose fácilmente y alimentando e hidratando a la tierra a través de este proceso.

La creación de un objeto representa varios aspectos a considerar desde el punto de vista de la sustentabilidad, por ejemplo el impacto que representa el acto de extraer cierta materia prima de la naturaleza, el tipo de procesos necesarios para la manufactura del producto y los residuos que ellos generan, el empaque y transporte de la mercancía terminada, que la llevará desde el productor hasta el consumidor, el gasto de energía que la utilización de esta misma requiere, y finalmente su deshecho una vez que “muere” o deja de ser útil. El deterioro ecológico es una realidad cada vez más apremiante, por que es vital el tomar en consideración cada uno de estos factores. Esta labor corresponde no solamente a los usuarios de cierta mercancía, a los legisladores que regulan su producción, o a las industrias que la comercializan, sino que el diseñador juega un papel fundamental en esta cadena. Quizá el primordial, pues la concepción y diseño del producto encierran en sí mismos el pasado y el futuro de éste, y constituyen un primer paso en la vida de un objeto que debe ejercerse de manera consciente e informada. Por si fuera poco, el diseñador tiene la capacidad de hacer de un producto un objeto “trendy” o atractivo según las tendencias de la moda, al proponer las formas y colores que le darán a ese producto cierta personalidad.

 “De pronto, tenía a un cráneo dulce mirándome y hablando de biodegradación”, dice Emiliano Godoy en su tesis donde presenta “Sweet disposable” como proyecto de maestría para titularse en la universidad Pratt de Nueva York. Este diseñador nacido y radicado en México se dispuso a utilizar como materia prima la mezcla con la que se construyen las calaveritas de azúcar. Hagamos un paréntesis para recalcar su elocuente referencia a la celebración de la muerte en México con las calaveritas, pues el proyecto se centra en la cuestión de la “muerte” de la mercancía y su posterior desecho, y por otro lado, el acto de comer la calaverita como analogía a la aprovechable reintegración ecológica de ese objeto al medio natural. 

La receta se compone de 3 elementos renovables y perfectamente biodegradables: azúcar, cremor tártaro y agua. Para entender el potencial de la fórmula como material sustentable, este diseñador realizó una minuciosa investigación sobre la composición química del azúcar y la crema tártara y las características de su producción, desde las cualidades de la caña como materia prima, los procesos químicos que se involucran para transformarla en azúcar, hasta el tiempo que tarda una calaverita en disolverse en agua degradándose y reintegrándose al ambiente. Resultó que la materia prima en cuestión no sólo es biodegradable, sino que su producción genera residuos también biodegradables, no tóxicos y/o aprovechables para la manufactura de otros productos. 

Por ejemplo, Godoy informa que la composición química del azúcar de caña es de las más simples y puras, pues está formada de carbono, hidrógeno y oxígeno (lo cual la hace altamente biodegradable). El proceso de producción comienza con la siembra de la caña, que puede llegar a medir hasta 3 metros de altura y producir, por cada 100 kilogramos de ésta, 50 kilogramos de jugo que después será blanqueado y cristalizado. La fibra sobrante se utiliza para producir papel, paredes de cartón, o combustible. El proceso de blanqueado involucra químicos cuya toxicidad no es importante, luego se requiere un gasto mínimo de energía para evaporar el jugo (para lo cual se puede utilizar la misma fibra residual de la caña como combustible) y por último solidificarlo en cristales al enfriamiento.

En segundo lugar, el cremor tártaro se obtiene a partir de sedimentos que resultan del proceso de producción del vino. Las uvas son la única fuente significativa del ácido tartárico, que después se refina y convierte en un polvo ácido blanco soluble en agua o alcohol.

En conclusión podríamos decir que la composición de las calaveritas de azúcar es un material altamente efectivo en cuestión de sustentabilidad. 

Afortunadamente, Godoy encontró que como materia prima tiene otras cualidades que la hacen atractiva. Por un lado puede adoptar la forma de moldes rígidos y flexibles con facilidad, y también se presta a ser pulverizada, perforada, esculpida y tallada. Puede ser teñida de distintos colores con colorantes vegetales biodegradables a la hora de hacer la mezcla, o puede ser sellada o pintada con aerógrafos. Puede ser pegada con mezclas también de azúcar o con pegamento para madera y otros adhesivos. Por último, puede ser cubierta con cera para protegerla temporalmente de ciertas condiciones ambientales. Algunos problemas que presenta es que no puede ser expuesto a líquidos ni a fuego directo y que no puede constituir estructuras demasiado delgadas. 

Es evidente que el material permite y sugiere una enorme diversidad de usos, y a Godoy le vinieron a la mente una amplia variedad de aplicaciones: desde la manufactura de productos diseñados para utilizarse sólo una vez, como candelabros producidos para un evento específico (como una boda, un bautizo o una primera comunión), objetivos para la práctica del tiro al blanco que generalmente son destruidos al recibir el impacto del arma, “tes” de golf (soportes para pelota) que se utilizan para el primer tiro del juego y pueden ser tranquilamente abandonados en el campo de golf sin dañarlo;  utensilios que suponemos tendrán una vida útil más larga como lámparas u objetos decorativos esculpidos; y por último, empaques que no habría que desechar, aplicables en bolitas de café, infusiones o jugos solubles, o semilleros que pueden ser colocados en la tierra con su contenido (las mismas semillas) dentro.

El diseñador se decidió a partir de dos primeros experimentos que probaran los límites de la técnica. El primero es un gancho para colgar abrigos o bolsas, que comprueba su resistencia al peso. El segundo es una lámpara de mesa que aprovecha las cualidades difusoras del azúcar sin verse afectada por el calor generado por la luz emitida. Después de que el diseñador probara algunas variaciones sobre el tema, ambos prototipos resultaron ser lo suficientemente resistentes, funcionales y estéticos para su comercializacón.

La idea primordial de “Sweet disposable” es facilitar el desecho apropiado de los productos. Siendo de un material soluble al agua, éstos no requieren que el usuario los clasifique en contenedores de basura específicos ni su posterior reciclaje por parte de alguna industria privada o estatal. Una vez que el consumidor decide deshacerse del producto, puede simplemente colocarlo bajo un chorro de agua, que disolverá al objeto en un tiempo promedio de 2 minutos según el tamaño del mismo. 

En lo referente a las partes extra incluidas en la estructura de ambos objetos, también fue importante considerar su futuro. Por ejemplo, es necesario incluir un tornillo metálico que sirva para fijar el perchero a la pared. Éste es fácilmente reutilizable para colgar otros enceres, y si se devuelve al fabricante puede utilizarse en la manufactura de nuevos percheros. La lámpara presenta mayor complejidad al respecto, pues requiere de varios elementos electrónicos: el cable, el contacto, el interruptor, el socket y el foco. En realidad casi todas estas partes adicionales pueden ser reutilizadas, incluso para fabricar otro perchero u otra lámpara de azúcar cuyo nuevo diseño resulte más ad hoc con las tendencias del momento. En cuanto a elección del tipo de foco, que constituye una parte con una vida más corta y necesita ser intercambiado periódicamente para que la lámpara no pierda su función, dependerá del contexto local. En ciudades donde no se han implementado los sistemas de recolección y reciclaje de desechos adecuados para los focos “ahorradores” de luz fluorescente, cuya composición incluye materiales tóxicos, será mejor seguir utilizando los antiguos focos de luz incandescente, que no representan un riesgo tal como residuos.

En un mundo amenazado por la futura carencia de recursos no renovables como el petróleo, y cuyo espacio está siendo cada vez más invadido por desechos que aún no han encontrado una posición en la cadena de un ciclo de biodegradación, reciclaje o reutilización, es inminente que surjan y se implementen proyectos como Sweet Disposable, que ofrece una solución ejemplar a ciertos aspectos del problema del consumo. 

El papel que juega el consumidor en el ciclo de vida de las manufacturas humanas es quizá el más importante, pues es quien tomará la última decisión a la hora de hacer un uso responsable de ellas, así como de encargarse de que los residuos tengan la posibilidad de llegar al sitio donde ser desensambladas y recicladas. Actualmente existen algunos programas de reciclaje, iniciativa de administraciones gubernamentales preocupadas por el ambiente, o de empresas privadas como Epson que ofrece una pequeña remuneración a aquellos consumidores que devuelvan los cartuchos de tinta vacíos para ser rellenados y reutilizados, o como ciertos particulares que han descubierto el potencial comercial de transformar residuos reciclables en los materias primas. Me parece importante la labor educativa que un objeto puede llevar a cabo. Generalmente debemos hacer uso de un instructivo la primera vez que utilizamos una herramienta compleja como una impresora o una cámara digital. Una vez que nos hemos familiarizado con ésta, podemos prescindir de los manuales incluso con nuevos modelos similares a los anteriores, pues los pasos a seguir se han convertido en procesos cotidianos. De la misma manera, ciertas recomendaciones nos generan hábitos positivos, como cuando nos explican que es mejor no dejar conectados los aparatos portátiles durante períodos largos, pues esta sobrecarga acorta la vida de sus baterías. Un diseñador tampoco deber perder de vista ese potencial didáctico a la hora de generar sus propuestas.

A manera de apéndice, se me ocurre que sería interesante analizar también el impacto económico que podría resultar de la búsqueda de nuevas materias primas y procesos de manufactura. Por ejemplo, en Europa la siembra de caña de azúcar está subsidiada, por lo que supongo que aún no es un producto valorado en ese mercado, y encontrar nuevas utilidades para ella podría significar una mejor retribución a los campesinos que la cultivan. Es una realidad que la obtención y comercialización de las materias primas mayormente explotadas a nivel mundial, como los hidrocarburos, han sido prácticamente monopolizadas por industrias mega poderosas. El encontrar materias primas alternativas ofrecidas por los recursos naturales regionales podría significar un fortalecimiento de las pequeñas industrias y las economías locales. Una forma de equilibrar las condiciones económicas locales que contribuiría a equilibrar la situación ambiental global. 


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